miércoles, 5 de septiembre de 2007

Por amor nada más

Tango en la carnicería de la esquina


Encuentro planeado de dos almas en búsqueda. Abrazo repetido y olvidado. Abrazo desesperado y breve. Abrazo eterno y deseado.


La cita es en la carnicería de Cumming. Lugar prosaico para una cita de baile; nadie se daría cita para bailar de modo romántico, en una carnicería: ellos sí.

Ellos no buscan el escenario iluminado de un teatro de público silencioso.


Ellos están allí, en esa esquina mal iluminada, llena de ruidos de motores rugientes, de ulular de bocinas urgentes y de las otras; esas bocinas inquietas de conductores malhumorados por el stres que nos regala de llapa nuestra incansable vida moderna. Allí en medio de ese escenario urbano, cotidiano y nuestro, ellos bailan. Bailan porque aman el baile y aman el tango, al igual que don Manuel, el carnicero más tradicional del Barrio Brasil. Con don Manuel se confabularon un día para sacar su amado tango, desde detrás de las vitrinas cárneas y plantarlo allí, al ladito de afuera de sus mamparas, en el triangular espacio de su esquina, donde alumbra un nostálgico farolito como el del tango ese, y dos bancos de fierro fundido y madera. (¿Quién habrá querido plantar allí en plena vereda, dos bancos que le dan un aire de plaza a la esquinita aquella?).

Por unas horitas a la semana esa carnicería–esquina, se convierte en un espacio de tango y danza, y a don Manuel se le llenan los ojos de un suave sentimiento tanguero mirando a sus queridos chicos bailar esos tangos viejos que él ha escuchado fielmente durante mas de cuarenta años y que ellos, estos muchachos recién nacidos, con la frescura de sus pasos, van dejando nuevecitos.

Eso son ellos: renovación, renacer de viejos sentimientos y antiguas formas musicales; nuevas formas de decir lo mismo que la humanidad viene diciendo desde siempre. Porque eso es la música y el baile: lenguaje eterno de los sentimientos humanos mas profundos: los malos y los buenos, los muy santitos y los otros también.




Evolucionan en el espacio para un público ocasional; de esas personas que van camino a alguna parte y se detienen por unos minutos para solazarse en el espectáculo gratuito, por amor nada mas. Pero también arrastran una verónica para este público ya asiduo que llega fiel los días viernes por la tarde sabiendo que ellos regalaran a don Manuel y a todos, su talento.

Tuercen una trenza atrás, como amarrando los sentimientos que vale la pena conservar y van dejando a su paso a todo este público atado a un renovado sentimiento por el tango y a la vez van sembrando un poco de gusto por la danza, pues ellos no se conforman con los pasos tradicionales que la ortodoxia tanguera quisiera conservar inamovibles. Ellos van mas allá, van entremezclando el paso clásico con desplazamientos y saltos de la danza moderna, van embelleciendo una y otra danza y lo logran porque van llenando los sentimientos de su público con la emoción de una interpretación de tango sentido, de tango llorón y resentido, de tango dolido y fiero, de tango sentimental y amoroso, de una que otra milonga alegre y fiestera, y se van pasando las horas y la gente no quiere que ellos se vayan.

Yo me los llevaría pa’ la casa, dice una señora del barrio, pa’ que me estuvieran bailando todito el día, y se ríen cómplices las vecinas…. y se citan p’al otro viernes por la tarde, aquí en la esquinita de Huérfanos y Cumming.

texto de

Gabriel Herrera Druvi

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo gracioso es que dudo algo no se se llame amor primero que la nada, bueno si amor a algo hay, hay siempre hay. Pero la insostenible contradicción del amor y nada más me hace soltar una sorisa. Me parece dificil exista algo que no haya sido originado por quimica, por reacción. Y como decía un clásico de por hay "el amor es química".

Gabriel Herrera dijo...

Entonces digamos: "Solo por amor", y la idea seguirá siendo la misma